No sé por qué, pero las ganas de escribir me nacen cuando hay un nudo en la garganta y pareciera que la única forma de aliviarlo es coger el lapiz (o el teclado) y empezar a escribir. Es como si los dedos fueran la extensión de mis palabras aún no habladas y a través de ellos pudiera dejar fluir la sensación de ansiedad que invade el cuerpo y transpira por la piel.
La ansiedad es un fantasma con el que he tenido que aprender a vivir desde que salí de Colombia y que me persigue desde entonces a donde voy. He aprendido a convivir con ella, a veces está tan silenciosa que pareciera que se ha ido para siempre, pero, en días como hoy, logra sorprenderme. En medio de una noche de trabajo se instala en mi cabeza, me habla a mis oidos, no me deja concentrarme y la única forma de sacarla es escribiendo. Cuando escribo ella se calma, se adormece y se funde en la oscuridad que entra por la ventana. Es como mi gato que cuando amanece con hambre comienza a maullar, cada vez más alto, hasta que me levanto y le doy su comida. La ansiedad se alimenta de las palabras escritas, aquellas que quedan para siempre en un cuaderno real o virtual, aquellas que sacian las ganas de gritar o disfrazan las de llorar.
Espero que ella y yo volvamos a entendernos algún día y se vaya de vacaciones para siempre, la pobre necesita un descanso y yo también.. hemos vivido juntas más de cuatro años y ya queremos descansar de nosotras mismas. Espero que Cristina me ayude a lograrlo, luego de nuestro primer encuentro ella se calmó y sólo volvió hoy, noche de sábado estudioso y musical, parece que algo le molestó y ahora no me quiere dejar continuar.
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